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Sembrado Vientos

El arte de amargarse la vida de Paul Watzlawick

El arte de amargarse la vida de Paul Watzlawick

Paul Watzlawick fue uno de los principales impulsores del constructivismo, de terapia familiar y de la tan utilizada terapia sistémica. Filósofo, filólogo y psicólogo, y añadiría publicista ya que su elección en los títulos de sus obras los escoge con un estilo de marketing publicitario que consigue provocar la suficiente curiosidad como para que extendamos nuestro brazo en cualquier biblioteca y ojeemos la contraportada de sus libros. Títulos como eslóganes “El sinsentido del sentido o el sentido del sinsentido”, “¿Es real la realidad?”, “Lo malo de lo bueno” que auguran un contenido que no defrauda al adentrarnos en su lectura, narrados con la versatilidad pendular que caracteriza a Watzalwick desde las más altivas teorías a la elocuencia de la cercanía. Resultando sencilla su lectura y la comprensión de sus argumentos así como identificarlos entre nuestra cotidianeidad tanto en nuestro plano personal como profesional.

La mayoría de sus obras no superan las trescientas páginas con cuyo número le basta al autor para esparcir un cúmulo de aforismos que hacen brotar lecciones acerca de la comunicación humana. Aforismos que envuelven reflexiones, reflexiones que perfilan ideas, ideas que dibujan hipótesis, hipótesis que plasman teorías y teorías que explican parte de la realidad social. Como muñecas Matrioskhas vamos encontrando piezas que van encajando en un puzzle explicativo, ilustrando dimensiones de la comunicación humana. Pero siempre teniendo presente como él mismo expone: “mis explicaciones no han de ser consideradas como exhaustivas y completas, sino únicamente como iniciación o guía” (página 19).

Paul Watzlawick recoge de la pluma de Friedrich Nietzche esta cita de Feodor MIjailovich Dostoievski calificado por Nietzche como el más grande de los psicólogos y cuyas palabras son buen prefacio del contenido del libro.  Una pequeña obra con tan sólo ciento cuarenta páginas que pueden leerse en una hora y no les dejará indiferentes.

¿Qué puede esperarse de un hombre? Cólmelo usted de todos los bienes de la tierra, sumérjalo en la felicidad hasta el cuello, hasta encima de la cabeza, de forma que a la superficie de su dicha, como el nivel del agua, suban las burbujas, déle unos ingresos que no tenga más que dormir, ingerir pasteles y mirar por la permanencia de la especie humana; a pesar de todo, este mismo hombre de puro desagradecido, por simple descaro, le jugará a usted en el acto una mala pasada. A lo mejor comprometerá a los mismos pasteles y llegará a desear que le sobrevenga el mal más disparatado, sólo para poner a esta situación totalmente razonable su propio elemento fantástico de mal agüero. Justamente, sus ideas fantásticas, su estupidez trivial, es lo que querrá conservar. “(Introducción página 11)

La búsqueda de la felicidad, axioma por el que lucha incansablemente el ser humano, es un camino lleno de obstáculos, y algunos de estos, quizá demasiados, sin tener por qué estar presentes, somos las personas quienes los inventamos y los colocamos en nuestro propio trayecto. Y es que parece que necesitemos el infortunio para ser felices. Una paradoja que puede verse reflejada en muchas culturas, tradiciones populares y en nuestra propia existencia vital. Las películas más taquilleras son aquellas que juegan entre una pequeña parcela de buena suerte y suculentas catástrofes, desgracias, crímenes o delirios. Muchas obras de la literatura universal se apoyan en esa vertiente catastrofista, como ejemplo podemos decir tres grandes obras clásicas. El sagrado libro de la Biblia en esencia narra el sufrimiento de un hombre; el Quijote describe las desventuras y delirios de un pobre loco; y las obras de Shakespeare como “Romeo y Julieta” un amor imposible con el nefasto final de la muerte de los amantes.

El libro no hace mención a quienes llevan una vida desgraciada sino a quienes se esfuerzan por amargarse la vida, como cita el autor “amargarse la vida a propósito es un arte que se aprende, no basta tener alguna experiencia personal con un par de contratiempos” (página 17). Comienza su recetario con la frase expresado por Polonio en la obra Hamlet (otro ejemplo de las anteriores obras) –sé fiel a ti mismo-. Una convicción que aplican las personas que se sitúan en el estadio más sublime para amargarse la vida hasta límites insospechados. Aquellas personas que por su afán de ser fiel a si mismas, piensan que su verdad es la verdad con mayúsculas y no seguir sus opiniones, atender a ajenas consideraciones, es traicionarse a si mismas. Llegando a ser espíritus tan contradictorios que se esfuerzan por ponerse en contra de algo que objetivamente les beneficia, tan sólo por ser fieles a si mismas.

Con sarcasmo e ironía nos relata historietas para ejemplarizar el arte de algunas personas por amargarse la vida, como el hombre que espantaba elefantes, el fragmento de si me amases de verás comerías ajo de buen grado o si alguien me quiere no está en su cabal juicio. Para abrirles el apetito lector, si todavía no lo he conseguido, transcribo la historia del martillo, máximo exponente del arte de amargarse la vida y muy usada en el humor surrealista.

Un hombre quiere colgar un cuadro. El clavo ya lo tiene, pero le falta el martillo. El vecino tiene uno, Así, pues, nuestro hombre decide pedir al vecino que le preste el martillo. Pero le asalta una duda: ¿Qué? ¿Y si no quiere prestármelo? Ahora recuerdo que ayer me saludó algo distraído. Quizás tenía prisa. Pero quizás la prisa no era más que un pretexto, y el hombre abriga algo contra mí. ¿Qué puede ser? Yo no le he hecho nada; algo se le habrá metido en la cabeza. Si alguien me pidiese prestada alguna herramienta, yo se la dejaría enseguida. ¿Por qué no ha de hacerlo él también? ¿Cómo puede uno negarse a hacer un favor tan sencillo a otro? Tipos como éste le amargan a uno la vida. Sólo porque tiene un martillo. Esto ya es el colmo. Así nuestro hombre sale precipitado a casa del vecino, toca el timbre, se abre la puerta y, antes de que el vecino tenga tiempo de decir –buenos días-, nuestro hombre le grita furioso: -¡Quédese usted con su martillo, so penco!- “(Pág. 43)

Anímense y descubran el universo Watzlawick, no se amarguen la lectura con novelas bélicas o sobre desgracias, ríanse de todas ellas y disfruten de lo bello que es vivir o de qué bella que es la vida. (Dos películas basadas, vaya que novedad en más desgracias, pero son tan bonitas ¿verdad?…)

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